Volviendo sobre mis pasos por nuevos caminos enfilé hacia la cabecera del partido. A poco de andar un tipo me hace dedo, yo le paro. Era una calle de tierra, estancias alrededor, el Gol rojo ya a esta altura gris, lo mismo sucedía con mi persona, sin embargo este tipo estaba bañado, peinado y cambiado con una pulcritud asombrosa. Y pensar que yo solamente caminando hasta la parada del colectivo alguna marquita me queda. Me contó que iba a Veinticinco (como le dicen ahí) para pasar la tarde con amigos y luego salir a bailar, trabajaba y vivía en un campo vecino.
Veinticinco de Mayo (ex Ferrocarril Sud)
Lo dejé en la plaza del pueblo y fui derecho hacia la estación, muy linda y con múltiples dependencias, no estuve el tiempo necesario. Salí en dirección noreste siguiendo la vía hacia Buenos Aires, y en la ruta 51 hice lo que debí haber hecho dos estaciones antes: parar unos minutos. El día era espectacular, un sol bárbaro, pero a pesar de los 3 litros de agua que llevaba tomados el sol pegaba fuerte y me estaba haciendo cometer algunos errores como los de dedicarle poco tiempo a Monteverde y 25 de Mayo. Los discos de Las Pelotas (“Para Qué” y “Todo por un Polvo”) ya sonaban como letanías una y otra vez, incluso en una canción (“Me Fui”) en una partecita sonaba idéntico al ringtone de mi Nokia 1100, sobresaltándome para atender el llamado inexistente.
En la estación de servicio me llenó el tanque una chica con al menos 4 piercings en la cara, a quien pregunté “el camino para Berraondo?”, me dijo “ni idea… pero preguntale a ese señor que es caminero y conoce bien la zona”, fui hacia el hombre quien me indicó claramente el camino para luego decir “¿y para que querés ir a Berraondo? Ahí no hay nada. Solo vas a encontrar tierra y dos casas locas”. Le expliqué lo de las estaciones y los ferrocarriles, me quedó mirando sin entender… seguí viaje.
Martín Berraondo (ex Ferrocarril Sud)
La descripción del camionero concordaba con lo que se veía en Berraondo, pero de ahí a concluir que “ahí no hay nada” hay una gran diferencia. Es un típico caserío perdido en la pampa bonaerense, con el horizonte por todos lados, el calor seguía quemando y la tierra quedaba suspendida tras las ruedas del gol. Pero la estación es muy linda, estaba habitada por un ejército de pibes de diferentes edades correteando en no se qué juego, sus padres dentro del edificio. Para llegar a ella entré por la calle sur del cuadro, la giré en sentido antihorario y dejé el auto estacionado en una ancha calle que se escapa hacia el norte. Es un cruce de caminos, y la magia que supone imaginar hacia donde lleva cada uno. En ese momento no lo sabía, pero ese camino que se escapaba hacia el norte, se dirigía a un punto muy cercano a la entrada hacia Gobernador Ugarte, importante pueblo del partido de Alberti.
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